Por Nancy Piñeiro
Pareciera que hoy en día es más importante estar al último grito de la moda CAT (Computer-Assisted Translation), tener una buena estrategia de marketing, llamativa página web, calificación alta en LinkedIn y presencia ininterrumpida en las redes antes que saber escribir correctamente en español (en lugar de una mezcla de palabras en español y calcos estructurales), distinguir qué es primordial en cada proyecto y reflexionar sobre nuestro papel como traductores. No se confundan: todo lo anterior suma… si hay a qué sumar.
Pero al menos permítanme convencerlos de que es menester reflexionar sobre nuestro oficio. Por ejemplo, levante la mano quien escuchó en su primera clase de traducción que lo que hacemos es «un acto deliberado de selección, montaje, estructuración y fabricación, y claro, en los casos de traducciones opresoras, falsificación y negación de la información».1
¿A que nadie la levanta, no? Pues yo tampoco tuve esa suerte. Pero como aquí trataremos de la traducción audiovisual (TAV), porque en esto del masoquismo me cae como anillo al dedo, la cita adquiere una importancia palpable. Más parecida a un rompecabezas que a la prosa, la traducción audiovisual está repleta de decisiones que debemos tomar a cada línea.
Estamos constreñidos por el espacio (por lo general, 33 caracteres por línea en bloques de dos líneas). Nos sucede todo el tiempo que hemos llegado a la traducción que queríamos, casi perfecta, y ¡zas!: dos caracteres de más. Y de nuevo a armar el rompecabezas para que las piezas encajen según los distintos criterios que impone el material en cuestión. Hemos dicho que la traducción audiovisual implica una selección constante (y bien sabemos que quien elige deja afuera, vaya que lo sabemos). Si es ese acto deliberado, ¿quién puede elegir sin criterio? ¿Quién conoce su criterio si no tiene con el realizador, su par, más comunicación que la de fijar tiempos y tarifas? ¿Acaso no nos decimos «expertos en comunicación»? Pues bien, puestos a elegir debemos saber qué desea comunicar la persona con la que estamos trabajando; qué efecto busca generar en sus espectadores; qué conceptos le interesa resaltar; cómo describiría su propio proyecto; y, por qué no, sus motivos.
Es decir, se trata del «saber» que menciono al comienzo: las características del encargo y con quién estamos trabajando. Me referiré a ellos y ellas, quienes encargan la traducción audiovisual de su película o documental, como a nuestros pares (a los fines pedagógicos, supongamos que siempre tenemos acceso a ellos, pero volveré a esto más adelante). Menudo atrevimiento, pero paso del término cliente, en este caso, porque pretendo subrayar la cualidad creativa del trabajo de ambas partes. Y porque es eso lo que muchas veces no logramos comunicar.
«Siento» y «pienso» nunca eran lo mismo
Les cuento un caso. Hemos tenido la dicha de trabajar, con la colega Laura Beratti, en un documental sobre migrantes centroamericanos y su odisea en refugios y fronteras: mejor dicho, en unas 25 entrevistas de las que luego se seleccionarían distintos fragmentos para componer ese documental y su hilo narrativo. El trabajo lo solicitó una pequeña agencia de traducción especializada en traducción audiovisual y en realizaciones independientes. Una vez en contacto directo con el documentalista, hicimos las preguntas necesarias. No solamente estuvo encantado de responderlas, sino que trazó directrices muy claras. Lo cito con su permiso: «Este trabajo considera tres maneras de pensar la migración: 1) voces, mapeo de experiencias; 2) lucha física, cómo el cuerpo es afectado; 3) tiempo y espacio, efectos sensibles del tiempo y el espacio durante el viaje. Me interesa, sobre todo, cómo describen las consecuencias físicas y emocionales». No solo eso, sino que en varios casos me «presentaba» al entrevistado o la entrevistada en cuestión: «X es la única mujer que conocí en Ciudad Juárez. Fue tremendamente difícil hacer la entrevista con ella. Por eso, X es tan importante» o «Y es una migrante de la comunidad LGBTQ. Me di cuenta de que para ella cruzar fronteras era una constante en su vida y que el otro lado de la frontera simbólica podía ser incluso más difícil que cruzar la frontera física». Vaya cuestiones para tener en cuenta. Con toda esa información, sabíamos a qué estar atentas, qué no podía estar ausente, incluso qué había que hacer a contramano del sentido común de la traducción audiovisual.

Por ejemplo, al subtitular solemos eliminar sinónimos cuando el hablante se repite. En este caso, era importante reflejar hasta donde fuera posible las palabras que describían los daños físicos. Si alguien decía: «Golpes, rasguños y magullones en las piernas y los pies», no era lo mismo que si los hubiera descrito con una sola palabra, siendo escueto al hablar. Era necesario preguntarse: ¿es más importante decir que eran en las piernas y los pies o describirlos con tres palabras en lugar de una? Las repeticiones eran fundamentales. Pero además, atendiendo al punto 1, no es lo mismo la «voz» de alguien que es reticente a contar su experiencia en detalle que la de alguien que profundiza en ella. Por otro lado, ciertas partes del cuerpo y ciertos elementos no podían obviarse: para estos peregrinos, los pies son los protagonistas y también lo que los protegía. Y si shoes o boots nos calzaban perfecto en una línea porque tienen cinco caracteres, había que ponerse en los zapatos del migrante: tendrían que ser sneakers o work boots, aunque esas tuvieran ocho o diez. Atendiendo al tercer punto, tiempo y espacio, tampoco era posible resumir demasiado algo que en otras circunstancias sí quitaríamos: las confusiones y los titubeos de los entrevistados. A veces no era tan importante el nombre del lugar mencionado, sino el hecho de que Pedro no sabía si había estado allí hacía tres días o dos semanas, y que cuando se rectificara: «No, fueron dos semanas», nosotros no debíamos borrar los tres días de la línea anterior, por mucho que conviniera, porque estaríamos borrando su percepción. «Siento» y «pienso» nunca eran lo mismo. El registro también era de suma importancia. Salvo uno o dos entrevistados, el resto tenía un registro notablemente bajo: por ende, sus «voces» debían ser notablemente distintas. Si una palabra de registro alto me resolvía un problema de espacio (una infidelidad quizá no tan grave en otra ocasión), en la mayoría de las entrevistas no podía usarla.
No somos fotocopiadoras bilingües
Muchos pensarán, y con razón, que también estamos constreñidos por los tiempos de entrega y que no siempre es posible poner tanto esmero en nuestro trabajo creativo. Créanme que sin saber lo que estamos haciendo, es directamente imposible. Y que al internalizar ciertos procesos, muchas veces fluyen con naturalidad. Se trata más de saber cómo pensar que de listas de ejemplos y sugerencias. Sin embargo, es demasiado común que ni el realizador sepa a quién necesita para comunicar su trabajo (un traductor profesional) ni el traductor sepa cómo debe comunicarse con su compañero de trabajo. Entonces, he aquí al masoquista y al cómplice. El masoquista parece feliz de arruinar ciegamente su propio trabajo de años (los documentales, las películas, incluso los cortometrajes pueden llevar años: hagamos hincapié en eso), y nosotros, felices, no asumimos el papel que nos toca, sino el de fotocopiadoras bilingües.
Siempre es difícil explicarnos, explicar por qué es necesario contratar a un profesional. En algunos casos, la mejor manera no es explicar, sino preguntar. Claro, hemos tenido la suerte de trabajar directamente con el o la responsable del proyecto. Es la dicha de no hacer nuestro trabajo por intermedio de grandes agencias o empresas que nos tratan como máquinas, sino de colegas, de pequeñas agencias, de compañeros de otros rubros y tantos etcéteras. En ese sentido, también sirve la reflexión a la que me refería sobre nuestro papel, nuestro oficio. Puesto que no siempre estamos sentados a la espera del próximo trabajo, sino que también salimos a buscarlos, muchas veces apelando directamente a la persona con la que nos gustaría trabajar. A eso los aliento y nos aliento. Se abrirá un camino arduo pero apasionante, en el que se trabaja entre pares, en el que se valoran los conocimientos, en el que se es más que un número, en el que se forma parte. Que no logremos comunicar el valor de nuestro oficio tampoco es casualidad: «Se traduce mucho, pero a menudo no demasiado bien. A veces, las empresas aplican criterios fordistas a la traducción, que es una actividad intelectual, y los resultados son desastrosos: el traductor no es una fotocopiadora bilingüe. Dada esta situación, […] debe hacerse hincapié en el carácter intelectual de la profesión».2
Más allá de las particularidades, la moraleja para usted que es «cliente» y me está leyendo es casi siempre la misma: no sea masoquista. Y para usted, colega: comunique, pregunte y ocupe el lugar que merece. Si no tiene contacto directo con el realizador, bien puede preguntarle a la persona que le deriva el trabajo. Sin duda lo notará, aunque lo ignore. Al mismo tiempo, usted estará contribuyendo a la valoración de nuestro trabajo. Los que amamos lo que hacemos no podemos más que insistir.
1Maria Tymoczko y Edwin Gentzler, Translation and Power, Amherst/Boston, University of Massachusetts Press, 2002.
2Marengo, Elena (26 de julio de 2009), «La traducción es una actividad intelectual», en Club de Traductores Literarios de Buenos Aires [Blog]. Disponible en: https://clubdetraductoresliterariosdebaires.blogspot.com.ar/2009/07/la-traduccion-es-una-actividad.html.
Excelente, colega. Da gusto ver plasmado en palabras lo que se presenta como intuitivo, pero es producto de una sensibilidad cultivada luego de años de trabajo y un ejercicio consciente de la traducción. Abrazos
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